Hace pocos días conversando con mi mamá mientras cocinábamos, le pregunté cómo fue tenerme de hija cuando era niña. Lo primero que le digo es que muchas veces he pensado que a ella yo le caía mal porque no era de personalidad muy abierta. Se ríe con ganas y me dice que "todos sus hijos/hijas le caemos mal" (una frase que siempre nos ha dicho y que forma parte del humor familiar).
Después de eso, me cuenta que ella siempre notó que era una niña "de carácter especial", pues toda la vida he sido poco dada a las muestras de afecto físicas. Muchas veces ella y mi papá quisieron abrazarme y hacerme cariño, pero no los dejaba. Solía espantar a la gente hablando con palabras rebuscadas que había aprendido leyendo la enciclopedia Larousse que todavía está en su casa. Cuando no quería que mis hermanos me hablaran, me la pasaba usando el Walkman que me había regalado uno de ellos y el grunge hacía su trabajo de evadirme de la realidad, mientras Julio Verne, Emilio Salgari y Mark Twain llenaban mi cabeza de aventuras.
También era diferente a mis hermanas, en todo el amplio sentido de la palabra. A todas nosotras nos regalaban Barbies: mientras ellas las peinaban, les ponian ropa linda y jugaban tardes enteras, yo les cortaba el pelo, les rompía la ropa y las tiraba al techo de la casa. Mis hermanas siempre estaban de punta en blanco, usaban vestidos con enaguas y calcetines con encaje. Yo peleaba por usar jeans, bototos y camisas a cuadros.
En ese momento, entre las risas y los recuerdos, le pedí disculpas por ser una hija tan webeada y también le agradezco hasta el día de hoy la paciencia y el amor que siempre me ha dado. Ahí nos bajó la emoción a las dos y nos abrazamos.
Amo a mi mamá. Cuando se me vaya, no podré soportarlo.
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