lunes, 7 de enero de 2019

Ellos

Siete de la tarde. Un poco cansados después de su horario de trabajo, se reúnen en un café discreto en el centro de Santiago. Se saludan en forma cordial y buscan una mesa retirada para conversar. Ella viste muy casual, de jeans azules, polera roja y zapatillas. Él luce un traje dos piezas, acorde a la formalidad de su trabajo.

 - Es curioso verte fuera de nuestro circuito habitual - comienza él - siempre quise saber como te veías de civil, sin los artificios de encuentros previos.

Mientras él conversa temas al azar, ella juega con su pelo castaño: lo ata con un lápiz, lo deja caer sobre sus hombros y de nuevo a jugar. Sus ojos verdes brillan, llenos de curiosidad. Se siente inquieta, no puede esperar y le interrumpe:

- Vamos al grano ¿Por qué estamos acá? Desde que recibí tu mensaje no he podido descubrir qué quieres conversar conmigo.

Se ven los nervios de él en su cuerpo. Sus manos sudan y una de sus piernas se mueve en forma repetitiva pero intenta disimular. Luego de unos segundos, trata de dar a conocer lo que pasa por su cabeza.

- Tenemos una química que no podemos negar. Cada vez que nos juntamos, nuestros cuerpos hablan más que muchas palabras. Es una delicia poder estar contigo y me encantaría poder llevar esto a un nuevo nivel... - Los ojos de ella se entrecierran y con un gesto detiene su intervención - Escucha, no sé en qué momento se te ocurrió esto pero detente.

Guarda silencio por un momento y habla, manteniendo su vista en la taza de capuchino que tiene en frente - Es cierto que te debo mucho pues por ti he vuelto a descubrir aquella sensualidad que estuvo dormida en mí por un largo tiempo, pero creo que lo que me pides no basta para mí. Para tener una relación más allá de encuentros casuales, se necesita mucho más que química en la cama y ambos no lo tenemos.

Observo la escena, él se ve decepcionado. Su cuerpo ha logrado curvarse como tratando de ocultarse. Ella gesticula, sin alzar la vista; luego toma una servilleta y escribe algo y se pone de pie. Se despide con un gesto cordial y noto que viene hacia mí. Deja la servilleta en mi mesa, me guiña un ojo y se va.

"Eres preciosa. Agrégame a Whatsapp..." Siento que él me odia.