Recuerdo perfectamente el día que las conocí.
Fue el año pasado, el día que comenzaban las vacaciones de invierno. Fui a tomar unas cervezas a Bellavista y pasé al baño del local. Mientras me lavaba las manos, se me acercó una de ellas. Me habló con mucho entusiasmo de que había encontrado el amor en su mejor amiga. Me dijo lo difícil que había sido para ambas conversar con sus familiares acerca de su relación pero se sentía feliz y su alegría era realmente contagiosa. Luego vi a su compañera y pude notar como se miraban, la sonrisa cómplice, la dulzura del trato mutuo.
Hoy, en el supermercado, mientras buscaba agua mineral con sabor, ellas se me acercan y me saludan (una locura que pudieran recordarme con la mascarilla puesta). Mientras conversábamos, sentí que lo que observé cuando las conocí no había cambiado. Ese amor cachorro, cargado a la complicidad, a la ternura y a la inocencia. Qué lindo saber que todavía existe gente con esa capacidad de amar.