lunes, 31 de mayo de 2021

La Tranca

 

“¡Claro, como lo pasas la raja con los metaleros que te gustan!”

Cada vez que Alberto quería discutir conmigo, sacaba el tema de mis gustos por escuchar metal y, según su cabeza, eso hacía que mi historial amistoso/romántico/sexual estuviese inevitablemente ligado a hombres metaleros. Y no podía estar más alejado de la realidad, pero mi pasado no era de su incumbencia. Mal que mal, solo llevábamos un par de meses saliendo y (honestamente) no me veía en una relación muy larga con él.

Bueno, el propio Alberto no era metalero. Era más cercano a la trova cubana, al cine arte y a las tertulias poéticas (nos encantaba la literatura). Me gustaba el hecho de no ser similares pues pensaba que era una forma de enriquecer la relación y suelo ser respetuosa de los gustos y espacios ajenos. No así a la inversa, pues cada vez que quería ver alguna banda en vivo prefería hacerlo sin él (siempre supe que no le gustaba la música que a mí sí) y eso llevaba a la frase con la que empezó esta historia.

Al principio no le daba importancia, hasta me parecía chistoso. Al aumentar la frecuencia del reclamo, mi risa pasó a verlo como una señal de que algo andaba mal con él y le pregunté, con un poco de maldad:

“¿Cuál es tu problema con los metaleros? ¿Acaso te cagaron con uno que te enojas así?”

Al parecer, metí el dedo en la llaga pues su semblante cambió por completo. Pasó del enojo a palidecer. Trataba de hablar y solo tartamudeaba. Sentí que había descubierto el origen de algo al parecer importante, pero ese mismo día di por terminado lo poco que había empezado. Ya no estaba para soportar trancas ajenas y con las mías eran más que suficientes.

miércoles, 12 de mayo de 2021

Sentada en el suelo, se sentía adormecida, como efecto de la mezcla de pastillas y alcohol. Su teléfono sonaba de forma insistente; quiere responder pero su cuerpo no reacciona. Sus ojos pesan mucho, su respiración se vuelve lenta. Deja caer su cuerpo, siente sus ojos llenos de lágrimas.

No deja de sonar el teléfono, entre llamadas perdidas y notificaciones de redes sociales. Lo oye desde lejos y piensa que debe responder, por último para despedirse de quién le esté llamando. Sigue apagándose su cuerpo.

Se oyen gritos a lo lejos como una multitud. Golpes en puerta y ventanas. Reconoce esas voces y trata de levantar su cabeza pero no puede. Escucha como se rompe el vidrio y las voces están más cerca pero ella siente que se aleja. Siente manos que la sostienen: algunas le acarician su cabeza y rostro, le hablan de cerca; otras le toman por los pies. Las voces se oyen preocupadas. Se escuchan molestas, como recriminando su actuar, hay voces que suenan tristes y ella siente lágrimas que no son las suyas corriendo por su rostro. Cierra los ojos, se siente muy cansada.

Abre los ojos. Su cuerpo está paralizado. Respira con dificultad. Se siente cansada. Escucha una conversación a lo lejos. Escucha su nombre y un diagnóstico. Trata de llorar. Creyó que esta vez le resultaría su deseo de morir, pero con las secuelas del daño cerebral permanente ya no podrá intentarlo.