miércoles, 12 de mayo de 2021

Sentada en el suelo, se sentía adormecida, como efecto de la mezcla de pastillas y alcohol. Su teléfono sonaba de forma insistente; quiere responder pero su cuerpo no reacciona. Sus ojos pesan mucho, su respiración se vuelve lenta. Deja caer su cuerpo, siente sus ojos llenos de lágrimas.

No deja de sonar el teléfono, entre llamadas perdidas y notificaciones de redes sociales. Lo oye desde lejos y piensa que debe responder, por último para despedirse de quién le esté llamando. Sigue apagándose su cuerpo.

Se oyen gritos a lo lejos como una multitud. Golpes en puerta y ventanas. Reconoce esas voces y trata de levantar su cabeza pero no puede. Escucha como se rompe el vidrio y las voces están más cerca pero ella siente que se aleja. Siente manos que la sostienen: algunas le acarician su cabeza y rostro, le hablan de cerca; otras le toman por los pies. Las voces se oyen preocupadas. Se escuchan molestas, como recriminando su actuar, hay voces que suenan tristes y ella siente lágrimas que no son las suyas corriendo por su rostro. Cierra los ojos, se siente muy cansada.

Abre los ojos. Su cuerpo está paralizado. Respira con dificultad. Se siente cansada. Escucha una conversación a lo lejos. Escucha su nombre y un diagnóstico. Trata de llorar. Creyó que esta vez le resultaría su deseo de morir, pero con las secuelas del daño cerebral permanente ya no podrá intentarlo.

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