No sé por qué me acordé de él.
Éramos muy chicos, teníamos 19 o 20 años y, a la vista de todos, nos odiábamos. Era una constante provocación al otro: si estábamos en grupo y yo hacía un comentario, él tenía que opinar tirando mala onda, por lo que mi reacción automática era un vulgar "y a ti, ¿Quién te metió ficha?" Y nos gritábamos la vida. Otras veces, él se las daba de líder, indicándole al grupo lo que tenía que hacer y saltaba a desautorizarlo, arrastrando conmigo a muchas personas que no lo apoyaban.
Eso, a la vista de todos.
Porque cuando estábamos solos, la ropa era un estorbo y los besos húmedos eran la norma de nuestros encuentros secretos. El sexo era increíble siempre y cuando no habláramos más que lo que nos convocaba. Podíamos estar horas tirando sin descansar. Era más fuerte que nuestra voluntad, una completa locura. Así, estuvimos varios meses hasta que se fue de Santiago y no supe más de él.
De ese tiempo no hubo rumores sobre nosotros. Imagino que nadie nunca se enteró.
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