jueves, 18 de mayo de 2023

Solsbury Hills

 Llevaba un par de semanas buscando la forma de evadir la tristeza que cargaba encima. Terminar una relación larga es un peso que me fue muy difícil de procesar y necesitaba algo, lo que fuera, que me devolviera las ganas de seguir viva.

Limpiando el patio, miré mi bicicleta. Sucia y tiesa, la saqué de su rincón para dejarla lista y volver a moverme. Aunque no fue llegar y ser feliz arriba de mi chanchita.

Los primeros días fueron una tortura. Mis músculos no me ayudaban a sentirme bien, hacía demasiado calor para ser abril y me la pasaba sentada en un parque llorando, en una mezcla de queja y dolor (físico y emocional).

Un sábado en la tarde, me subí a la bici enojada. Temas sin solucionar con mi ex me dejaban muy mal y me amargaban por mucho tiempo. Empecé a pedalear fuerte, rápido, molesta y con rabia. Casi no vi al perrito que se me cruzó en la ciclovía y para evitar atropellarlo, caí sobre mi brazo izquierdo y me hice un raspón feo, como una quemadura. Otra vez, lloré. Aproveché el dolor de la caída para sacar de mi corazón toda la basura acumulada.

Vuelvo a subirme a la bicicleta, con la idea de volver a mi casa. Saqué mis audífonos del banano que en ese tiempo solía usar, los conecto al celular y busco cualquier radio. Pedaleo despacio, sintiendo el aire tibio del atardecer. Hojas secas caen y la luz anaranjada daba un aspecto cálido a mi entorno. Suena Solsbury Hills, de Peter Gabriel en mis oídos y me pareció el escenario perfecto para acompañar la calma que sentí a partir de ese día.

Creo que ese fue el comienzo de mi proceso de sanar. Ahora entiendo por qué el otoño suena así.


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