Me gusta la soledad. Me refiero a ella en el sentido más amplio posible.
Puedo estar en compañía de gente que quiero, respeto y admiro muchísimo, pero siempre buscaré mi espacio a solas. Sin distracciones. El silencio, la calma, la reflexión, todo lo necesito para estar tranquila con mis decisiones. En momentos de tensión o tristeza, también recurro a ese lugar seguro. Un refugio de la opinión ajena.
Cuando debo pensar con claridad, caminar en solitario es mi mejor alternativa. Lejos de bromas, pueden llegar a ser kilómetros recorridos para obtener las respuestas que necesito para solucionar algún conflicto, ya sea interno o con alguien más.
No le temo a estar sola. Disfruto cada minuto que tengo para mí. Mis tiempos los mido según lo que quiero y necesito, sin pausas ni prisas. He descubierto talentos y habilidades que creí imposibles. La soledad me ha permitido volver a creer en mí. Me ha fortalecido de maneras que me cuesta aún describir. Me ha dado amor del bueno, amor propio.
Por otro lado, no podría estar junto a alguien solo por buscar compañía. No me gusta la idea de que alguien pudiera invadir mi soledad sin ser un aporte real a mi vida. No quiero cubrir el miedo a estar solo de un tercero. No puedo volver a permitirlo.
Mi soledad es sagrada.
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